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15 | 06 2016

Dr. Juan Carlos Parodi: técnica revolucionaria para aneurismas abdominales

El Dr. Juan Carlos Parodi, ex alumno de VDS, desarrolló una técnica revolucionaria para tratar aneurismas abdominales. (Nota del diario Clarín del 12/6/16)

El amor, a veces, es puntual. Todos los días, a las siete y media de la mañana, el doctor Juan Carlos Parodi (73) arranca sus actividades con un beso a Tati, su mujer. Y del cariño en casa se va a recibir el afecto de pacientes y discípulos. Es difícil no quererlo. En 40 años de carrera, les salvó la vida a miles de personas. Entre ellas, a celebridades como el Papa Francisco o el príncipe Rainiero de Mónaco. Con eso alcanzaría para coronar una carrera médica brillante. Pero Parodi hizo más: desarrolló una técnica para tratar aneurismas abdominales (un problema que puede aparecer después de los 60 años) y así, directamente, logró bajar a la mitad la cantidad de muertes de hombres y mujeres con graves problemas vasculares en todo el mundo. Eso explica por qué, en los pasillos de los sanatorios donde atiende, resumen sus logros con una sola palabra: eminencia. Y entre sus colegas, de aquí y de otros países, se lo reconoce como maestro. Es una especie de médico MacGyver (ese aventurero de la TV que siempre salía de problemas a partir de su ingenio) porque inventa y salva vidas.

Según el libro Guinness de los Récords, es el científico latinoamericano con más patentes de procedimientos médicos registradas en el mundo: 280. Y son técnicas valoradas y utilizadas en todo el planeta. Antes de Parodi, para solucionar aneurismas abdominales –que ocurren cuando el vaso sanguíneo grande que se conoce como aorta (que irriga el abdomen, la pelvis y las piernas), se agranda o se ensancha anormalmente–, había que abrir la panza. Si la persona era muy mayor, el riesgo de morir era alto. Después de Parodi, hasta un anciano puede superar ese cuadro e irse a su casa caminando, al día siguiente de pasar por el quirófano. Parodi, con una pequeña incisión en la ingle y la colocación de una endoprótesis que él mismo inventó (un pituto del tamaño de un cigarrillo), logró una solución nueva. Hoy conviven las dos técnicas, pero la suya fue reconocida por la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard como uno de los grandes cambios en los procedimientos médicos de los últimos 100 años. Un salto revolucionario.

Mañanas de San Isidro. Después de un desayuno con dos tostadas con queso descremado y dulce bajas calorías –que Tati le suele llevar a la cama–, Parodi lee el diario, se ducha y dos veces por semana opera todo el día en el Sanatorio Trinidad de San Isidro o en la Clínica Adventista de Belgrano. Otros dos días tiene consultorio y el restante lo dedica a reuniones sociales o científicas con sus discípulos. Los fines de semana los comparte en familia. A veces juega al golf (dicen que lo hace bien), una de sus pasiones junto con la música.

Viva se coló en su agenda semanal y lo visitó en su casa de San Isidro. Living amigable, un escritorio con un piano, donde a pedido del públicoteclea As Time Goes By, la canción de la película Casablanca. Para entender la pasión que pone en sus tareas y el nivel de agradecimiento de sus pacientes célebres, hay que hacer foco en una pared. En los años ‘90, de un camión, dos personas le bajaron un cuadro enorme, de un metro por un metro y medio, y se lo dejaron amablemente apoyado sobre la puerta. “Se lo envía Amalita”, le dijeron. Un cuadro importante preside desde entonces la sala principal de su cálida casona. Amalita, claro, era María Amalia Sara Lacroze de Fortabat, la dama del cemento, y el regalo, un reconocimiento (grande) a la maestría providencial de Parodi en el quirófano.

¿Cómo se le ocurrió crear una endoprótesis?

Yo tenía 34 años cuando pensé que a los aneurismas se los podía tratar de una manera menos agresiva. Veía muchos casos resueltos de forma cruenta y sentí el impulso de cambiar esa situación. En ese momento trabajaba en la Cleveland Clinic, de los Estados Unidos. Había terminado mi residencia y estaba muy impresionado por el trauma que representaba la cirugía convencional, que abría muchísimo el abdomen del paciente y mucho más si el problema se extendía al tórax. Me preguntaba si no había otra opción para tratarlos. Ese tipo de aneurisma es la quinta causa de muerte en los hombres de más de 60 años. La mayoría de esos pacientes llega a ese cuadro con otras situaciones asociadas: son personas que, al someterlos a la cirugía convencional, se los colocaba en una situación de alto riesgo. Con el procedimiento que desarrollé se logró bajar la mortalidad en un 50 por ciento. Y hoy se podría decir que el riesgo de esas intervenciones es prácticamente cero.

Genio y figurita. Los hermanos Parodi (Juan Carlos y su gemelo Guillermo, y los dos más chicos) se criaron en Villa Devoto. El futuro médico-inventor nació en la calle Mercedes, entre Habana y Pareja, y allí vivió hasta los 26 años. Fue al Devoto School y después al Cardenal Copello. Luego de egresar, hizo la carrera de Medicina en la Universidad del Salvador y, después, la residencia en el país y en los Estados Unidos.

“La vocación por la Medicina me surgió cuando ya estaba terminando el secundario. En realidad, quería ser muchas cosas, me gustaba la ciencia en general, sobre todo la física, la química y la biología, pero en un momento sentí que quería ser médico”, recuerda. Su madre maestra y su papá, industrial, propiciaron que los nenes crecieran en un ámbito con inquietudes científicas. Y lograron cosechar lo que sembraron. Tres Parodi son ingenieros y el otro, Juan Carlos, es un médico sui generis, que rompió el molde y que trascendió la clínica para ubicarse en el podio de los inventores de recursos que le cambian la vida a la gente. Parece un resultado razonable: eligió una ciencia de la vida, pero le sumó los ingredientes que alimentaron la vocación de sus hermanos, por eso hay mucho de ingeniería en sus desarrollos.

“Tuve una infancia con mucho amor, ese es mi recuerdo más fuerte. Fui muy feliz. Pasaba horas jugando con mis hermanos en la calle, caminábamos por la plaza o por los alrededores de la estación de Villa Devoto. O íbamos a la platea de Gimnasia y Esgrima o practicábamos tenis en el Club Círculo.” La perseverancia, que es uno de sus rasgos más notables, se fue gestando también en esos días de travesuras compartidas con sus hermanos: “Mi mamá siempre me decía que yo era el más rebelde, que desde chico me gustaba oponerme a las cosas, a no aceptar todo tal como se presentaba. De estudiante también fui muy contestatario y escéptico, de no tomar nada por cierto y probarlo conmigo mismo”, dice.

Esas características lo ayudaron, tal vez, a romper el molde de médico común.

Supongo que sí. Cuando uno quiere hacer un cambio en la especialidad, la persistencia es importante porque nada te resulta fácil, sobre todo cuando ese cambio al que uno aspira es realmente grande. A mí me llevó muchos años de esfuerzo desarrollar la endoprótesis. En total fueron 14. Mucho tiempo en que fui y volví. Logramos algo de lo que realmente me siento muy orgulloso, porque el médico nace para ayudar y ese fue el sentimiento que más se apropió de mí. Ayudé a mucha gente, millones de personas con problemas arteriales de una manera muy marcada, por ejemplo con dilataciones de aorta que pueden ser mortales. Albert Einstein murió de eso, Charles De Gaulle murió de eso. Cambiamos la técnica diametralmente. Hoy en día, por ejemplo, se puede operar a una mujer de 96 años con la aorta rota y salvarle la vida. Fue un caso real que tuve la semana pasada. A la señora le pusimos anestesia local y a la mañana siguiente se fue a su casa caminando. Eso es casi un milagro. Un milagro que me llevó 14 años concretar.

Parodi se emociona cuando recuerda esos días de marchas y contramarchas, de persistir en la idea más allá de las dificultades o el escepticismo de los demás. Era un treintañero entusiasta que tenía el concepto pero no los recursos. Un médico sudaca con ganas de cambiar el planeta.

“Jamás tuve la sensación de darme por vencido. A pesar de ser del Tercer Mundo, aquí es donde se hizo el primer caso exitoso con endoprótesis. Y después de probarla en varios pacientes generamos una revolución. Hoy en día es una gran industria, un gran cambio en toda la especialidad, porque fue una transgresión absoluta a lo clásico. Si se compara lo que me enseñaron a mí con lo que hoy se puede hacer, hay un terrible salto. Hoy todo se produce a una velocidad mayor. Logramos humanizar las cirugías”, resume.

La pasión por inventar. La endoprótesis no fue el único aporte importante de Parodi. “En los Estados Unidos tengo cuatro productos aprobados por la FDA (agencia estadounidense de medicamentos). Uno relacionado con las carótidas, otro relacionado con las suturas de las arterias y uno que es una cuerda que sirve como guía para hacer estos procedimientos. Y sigo investigando. Me interesan los desarrollos innovadores, los desafíos”, enumera.

En un mueble especialmente diseñado, tiene un museo privado con las distinciones que recibió en su carrera. Placas, medallas, trofeos con inscripciones en distintos idiomas. Los muestra con timidez. No le gusta hacer alarde de los honores que recogió en su profesión.

¿Hay alguna fórmula para saber qué ideas van a funcionar y cuáles no?

No, no hay claves. Insisto con la dedicación. Lo que sí podría destacar es que es importante ver las cosas con una mirada ingenua, como si fuera la primera vez. Yo siempre lo hago de esa forma, para mí es como un hábito. Veo todo y me dejo deslumbrar, no creo que ya sé todo. Pienso que siempre hay algo por inventar, y no únicamente en el ámbito médico. No sólo tengo registrados desarrollos en mi especialidad. Por ejemplo, tengo una patente sobre un sistema de hacer propaganda, de mostrar publicidades, que hoy se usa en Japón.

¿Y en qué está pensando últimamente, tiene algo planeado?

En varias cosas. Me interesa mejorarle la vida a la gente. No me quedé solamente con el éxito de la endoprótesis. Cuando me embarqué en ese desarrollo, me motivó el padecimiento de los pacientes y creo que hice mi aporte al respecto. Hoy la cirugía es más humanizada; antes, con los cortes se hacía más daño que las heridas que se pretendían curar. Había una idea de que cuanto más grande fuera el cirujano, más grande tenía que ser la incisión que hiciera. Ahora estoy trabajando con un método para tratar otra enfermedad de la aorta, un desarrollo también original. Y además estoy trabajando en algo relacionado con el cerebro. Un método que lo acabo de presentar en Chicago, que es muy ambicioso, y que se llama La creación de la superinteligencia, que apunta a la posibilidad de tener un súper cerebro. Por ahora no quiero dar más detalles. Cuando alguien me habla de imposibles, sólo le digo que mire arriba, a la Estación Espacial Internacional (N.de la R.: una mole del tamaño de un estadio de fútbol que orbita alrededor de la Tierra desde 1998, que se construyó y ensambló pieza por pieza y que hizo posible vivir en el espacio).

El agradecimiento del Papa Francisco merece un capítulo aparte. “Fue una sorpresa, lo operé cuando era un cura joven, no tenía dinero, nadie lo quería tocar y fue muy grato para mí que el año pasado me llamara personalmente desde el Vaticano. Me dijo: Quería contarte cómo me salvaste la vida en los años 80, yo tenía una gangrena en la vesícula y una peritonitis. Y estaba muriéndome… Me gustaría que me vinieras a visitar. Ese episodio ocurrió en el año ‘81. Me llevaron a las 12 de la noche a verlo, a un sanatorio de las monjitas, estaba mal, muy mal, y lo operé. Yo no recordaba la historia. En abril del año pasado fuimos con Tati a Londres, me tomé un avión a Roma y pasé un día con él. Me presentó como el cirujano que le había salvado la vida. Fue emocionante”, comenta.

En su lista de celebridades (“para mí los pacientes son todos iguales”, aclara), también están el hermano de Henry Kissinger, el candidato Bob Dole, Alberto Cortez, Martín Karadagian, Tato Bores y un hijo del empresario Perez Companc, entre otros.

Pero las verdaderas estrellas en la vida de Juan Carlos Parodi son sus seis nietos: Tomás, Lucía e Isabella y Agustina, Ema y José hijos de Ezequiel (cirujano vascular, como él) y Julieta (psicóloga). Todos viven en Estados Unidos. Por eso, cuando viaja allá para presentarse en algún congreso, no deja de visitarlos. Con orgullo cuenta que, hace unos días, la mayor ganó un premio de Poesía. No hay invento que logre atenuar esa nostalgia.

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